domingo, 27 de diciembre de 2009

Temporadas invernales

Los inviernos en Sabinas eran muy crudo, algunos días la temperatura descendía a - 3 o 4 grados centígrados. Yo no recuerdo que me pareciera tener mucho frío, por el contrario creo que esas temporadas las disfrutaba sobremanera. A pesar de los contratiempos que tener temperaturas bajo cero implicaba, había momentos en que nos divertíamos horrores. Había nevadas y salíamos a hacer nuestros muñecos de nieve. Yo veía que a los automóviles se les ponían cadenas en las llantas para que no se resbalasen. Pero me encantaba ver todo blanco por la nieve. Pero cuando solamente caían heladas, los cachetes se nos ponían rojos y si no teníamos cuidado en ponernos suficiente crema, en las manos y las mejillas, se nos cuarteaban. Y como nos encantaba andar en la intemperie pues había que cuidarnos mucho. Teníamos nuestras boinas y guantes y bufandas, y nuestros abrigos. Sin éstos era imposible que nos dejaran salir. Cuando se lavaba la ropa en esos días, se acostumbraban unas tinas enormes para remojar la ropa. Y se quedaban olvidadas afuera, amaneciendo totalmente congeladas, eran unos bloques de hielo con nuestras ropas dentro. Nos trepábamos en ellos y brincábamos, queríamos hacerlas nuestras pistas de patinar, pero su tamaño aunque grande pues no daba para mucho, pero disfrutábamos treparnos en ellas.
Además las tuberías del agua se congelaban y para tener agua, recuerdo que papá en ocasiones quitaba algunas de ellas y las golpeaba un poco, las paraba y salían tubos de hielo largos con los que nosotros jugábamos con ellos. Lo más peligroso, era lo del gas. Pues el gas llegaba a congelarse también, y no podíamos encender ni el boiler, ni el calentón ni la estufa. Entonces papá colocaba periódico alrededor de los tanques y les encendía fuego. Solo entonces empezaba a salir nuevamente el gas, pues con el calor se licuaba. Pero de que era un riesgo enorme, lo era. Afortunadamente nunca paso nada, y no solo lo hacía mi papá. Esto era muy común en todas las casas. En una ocasión en que mis papás tenían una reunión en casa. Vinieron muchas parejas todos amigos de ellos y estaba haciendo tanto frío, que con el calor dentro los vidrios se empañaron inmediatamente, pero era tanto el frío en el exterior, como calor dentro, que todos los vidrios de las ventanas de la sala y el comedor se estrellaron, No se rompieron pero si estaban todos con sus estrelladas de lado a lado. Pobre mi papá que tuvo que cambiarlos luego.

sábado, 21 de noviembre de 2009

"Miss" Pininos de Modelo

Como les contaba en otra de mis entradas, a mamá le gustaba mucho coser nuestros vestidos. Tanto que estrenábamos cada semana. Y la verdad eran nuestros vestidos unos modelos al grito de la moda que llamaban la atención. Se dio que en cierta ocasión en el Casino de Sabinas se llevó a cabo un evento para recaudar fondos para alguna de esas instituciones de ayuda. Se trataba de un desfile de modas, en los que participábamos varias de las familias de Sabinas. Así que mamá se esmeró para hacernos unos vestidos muy originales y más finos que los que ordinariamente nos elaboraba para los domingos. Estos vestidos eran para mi hermana Laura y para mi, y estaban hechos con una tela de shantung, de un color azul plomizo, pero muy brillante. Eran modelos de ropa infantil como para una noche de gala.
La falda era muy amplia y plisada de la cintura, y tenía una sobrefalda que en su orilla llevaba una tira bordada color blanco. Recuerdo que ese día, temprano por la tarde me bañé y luego me peinaron mi largo cabello rubio en caireles. Y nos pusimos nuestros zapatos de charol de los domingos. La verdad estaba tan entusiasmada que me sentía Miss Mundo, modelando en la pasarela con las luces de los reflectores encima nuestro y toda la gente aplaudiendo. Nuestros vestidos esa noche fueron todo un éxito.Y yo soñé esa noche con ser modelo.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Festivales escolares


De mis recuerdos más memorables están los festivales escolares. Cuando se llegaba el día de la madre o el fin de cursos, los maestros nos preguntaban que quienes de nosotros quisiéramos participar en el festival. Y yo siempre levantaba la mano. Cuando llegaba a casa le decía a mis papás que los maestros me habían escogido, ante los reclamos de mamá por tener que trabajar para hacerme el vestuario de acuerdo con el bailable. Y el primer baile del que me acuerdo fue creo que en Kinder, y cantábamos y bailábamos una canción de Cri Cri, la de caminito de la escuela y me tocaba hacerla de jirafa, porque yo era de las más altas, pero mamá a la mera hora no quiso, se ofendió por mi papel, del cual yo estaba muy orgullosa. Lo que es ser niño no? Pero en fin, salí como una niña normal con mis libros bajo el brazo.
Luego en primero de primaria, para el fin de cursos bailamos otra canción de Cri Cri: la del Chorrito, había una compañerita Esperanza que estaba muy chaparrita y medio llenita, así que fue ella la escogida para hacer el papel de hormiguita y el resto de nosotros formábamos la fuente. Nuestro vestuario estaba hecho con puras tiras de papel celofán, era un fondito blanco y encima estaban cosidas las tiras, nos movíamos tantito y todas las tiritas se movián muy padre, y se complementaba nuestro vestuario con un arco hecho de alambre forrado con papel celofán que también caía en tiritas. Este arco lo levantábamos con ambos brazos cuando la canción decía que el chorrito se hacía grandote, y en realidad se veía muy padre la fuente.
En segundo año de primaria me tocó bailar el charleston, el vestido me lo hizo también mi mamá, era un vestido de un estilo llamado chemisse, que tenía el talle largo, con unos collares muy largos, y un bailable muy padre. El problema de esa vez era mi cabello. Yo tenía mi cabello muy largo, llegaba hasta la cintura y las bailadoras de charleston se suponía que llevaban el cabello corto. Y no sabían como peinarme. Mamá le propuso a mi papá que me lo cortaran, mi papá puso el grito en el cielo, y dijo que mejor no bailaba, yo lloraba porque quería bailar. Y era un escándalo en casa por el dichoso peinado. Entonces estuvimos yendo con la peinadora durante toda una semana previa al festival. Ella estuvo probando en mi diferentes estilos de peinados para simular que lo tenía corto. Hasta que al final dio con uno que parecía como si en realidad me lo hubieran cortado. Me hizo las famosas "cucas" que no eran otra cosa que enrollar mi cabello desde la punta hasta la base y prenderlo con broches o pasadores para el cabello, tan bien ocultos que no se notaban. Obviamente se tardó unas 3 horas en peinarme, pero al final lucía yo un peinado igual que las de la época de los 20's. El baile fue todo un éxito y al día siguiente yo quería seguir manteniendo mi cabello "corto". Pero no me lo permitieron.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Días de campo

Los domingos por la mañana cuando tocaba ir de día de campo al Río Sabinas, la algarabía y los preparativos empezaban desde muy temprano. Mamá se encargaba de la comida, papá de los asadores y todas las herramientas y utensilios para calentar la comida, al igual de cuerdas y lonas, mesas o sillas plegables. Nosotros ayudábamos a acarrear todo al camión de Don Julián. Este era un camión de redilas de esos grandotes, en el cual cargaban todo, incluyéndonos a toda la chiquillería. Y es que esos días de campo eran familiares, pero no solamente de mi familia sino de todos los vecinos de la cuadra. Era toda una romería. El río no estaba lejos de la ciudad, en realidad estaba casi a la entrada, así que el traslado no era muy tardado. En cuánto llegaba el camión al río, lo estacionaban, quitaban la puerta trasera, y a saltar como chapulines todos desde arriba hasta el suelo, y empezábamos a correr hasta llegar al río, pero en la carrera, volaba un tenis o un zapato, un calcetín y luego el otro, y metíamos los pies descalzos en el agua fresca. Teníamos prohibído meternos más adentro, así que solo nos quedábamos en la orilla, que igual era algo peligrosa. Varios de nuestros amigos y conocidos habían perdido la vida en las aparentemente mansas aguas de ese río que en realidad era muy traicionero. Pero en aquel entonces, a toda la chiquillería ni nos preocupaba ni nos mortificaba aquello. Todos metidos hasta la cintura jugábamos y nos mojábamos. Cuando nos cansaba el agua, nos mecíamos en los columpios queya nos habían puesto en los Sabinos, con unas cuerdas muy gruesas y alguna llanta o tabla para que pudiéramos sentarnos. También jugábamos al béisbol y hacíamos equipos con los papás. Y legada la hora de la comida, el aroma de la machaca y las tortillas de harina nos abría el apetito de tal manera que queríamos acabar con todo.
Uno de esos días nos llovió a cántaros y no había donde meternos, y como nos decían que debajo de los árboles no, ya que había uno muy grande con el tronco quemado partido por un rayo, pues los evitábamos. Y vaya que caían relámpagos, gritábamos y llorábamos de puritito miedo. Entonces los papás lograron colocarnos debajo de una inmensa lona, para guarecernos un poco de la lluvia. Parecíamos pollitos bajo las alas de la gallina. Pero los relámpagos seguían cayendo a nuestro alrededor, y el griterío y los llantos aumentaban de intensidad. Recuerdo haber visto caer 2 grandes relámpagos enfrente de mi nariz (bueno casi, de otra manera no estaría escribiendo esto), y que al igual que los demás gritaba y lloraba. Afortunadamente se pasó rápido la lluvia, recogimos todo, y llegamos a nuestras casas a bañarnos y a dormirnos exhaustos por toda la emoción de ese día.

martes, 18 de agosto de 2009

La piñatas

Traté de recordar los festejos de mi cumpleaños de niña, pero no me acordé de ninguno. Pero bueno, tal vez en mi memoria ese hecho no fue relevante. Pero lo que si recuerdo, son las piñatas que mis papás, llegaron a hacer para festejarles algunos de los cumpleaños a mis hermanas mayores. Y era todo un acontecimiento en casa, porque con mucho tiempo de anticipación se preparaban para ello. Era necesario contar con todo el material para elaborarla. Y lo más importante era la olla de los frijoles. Esa olla era la clásica de barro, en la que cada tres o cuatro días se ponían a cocer los frijoles para toda la familia. Y cuando esa olla por el constante uso se estrellaba, se cuarteaba o medio se quebraba, se guardaba para tan gloriosa festividad. Y ya cuando se acercaba la fecha, papá y mamá ponían manos a la obra. Preparaban en otra cacerola suficiente engrudo que servía de pegamento para el papel de china. Mamá cortaba el papel de china en tiras largas y en éstas a su vez les hacía los cortes necesarios para formar las pestañitas, que luego con las puntas de las tijeras enchinaba y la pasaba a papá para que las fuera pegando alrededor de la olla. Previamente mis papás con la festejada Elvia o Laura, buscaban en las historietas de caricaturas, el modelo para hacerla. Y papá fabricaba los brazos, piernas y cabeza, con papel periódico, buscando darle la forma más proporcionada de acuerdo al modelo.
Y las que tengo más presentes fue una del Pato Donald con su blusa de marinero con cuello en V, con unas franjitas rojas en los puños, su sombrerito con unas tiritas que le colgaban muy monas, todo chino de la panza para abajo, sus patas naranjas. Y la otra piñata era el Conejo Bugs, con sus largas orejas, una bufanda de rayas al cuello, y en acción de patinar sobre unas zanahorias en vez de patines. Tan bonitas las piñatas que luego ya no queríamos romperlas. Pero pues llegaba el día de la fiesta, y por más tristes que estuviéramos, cumplían con su cometido. Los papás de nuestros invitados mostraban su admiración y hasta cierta envidia, luego toda la bola de chiquillos emocionados se formaban para romperla con cuanto palazo pudieran, para al final caer sobre sus pedazos y buscar los codiciados dulces y premios que se guardaban en su interior.

De allí aprendí la técnica de hacer piñatas, que muchos años después apliqué para elaborar las de mi chiquillo, que no por nada pero competían bastante con las de mis papás. Claro que sin la olla de barro, porque ahora se ponen los frijoles en esas ollas de presión. Y porque ahora le repiten hasta el cansancio del riesgo de las de barro, que al partirse pueden herir o lastimar. Pero a todo se las ingenia uno, busca opciones, hay quienes les ponen tela de gallinero, o alambre, que igual es de peligroso, las mías se hacen inflando un gran globo y sobre ese se aplica el papel periódico con engrudo, como el papel maché, se deja secar y luego se revienta el globo, y ya te quedó tu base para tu piñata. Tal vez me anime algún día a volver a hacer una piñata.

miércoles, 5 de agosto de 2009

La última moda

Recuerdo a mamá sentada en la máquina de coser. Todo el tiempo que podía se sentaba y realmente disfrutaba la costura, y nosotros sus hijos eramos los modelos perfectos para cada una de sus creaciones. Siendo tres hermanas y yo la menor de ellas, teníamos que vestir igual. Así que mamá se encargaba de cortar y coser cada uno de los vestidos para nosotras. En aquel entonces los vestidos eran con faldas muy plisadas, lo que daba mucha amplitud, pero además para que se esponjaran esas faldas, había las dichosas crinolinas, que eran como de tul y muy duras, para que no se apachurraran con el peso de las faldas y cumplieran su cometido de hacernos ver muy amplias "amponas" decía mi madre. Realmente nuestras ropas eran de catálogo, porque mamá buscaba los modelos en revistas de moda que circulaban en esos años, una de ellas se llamaba La Familia, y en sus páginas interiores, traía bastantes modelos para toda la familia. No sé como le hacía ella para que cada domingo, sus tres hijas estrenaran vestidos para ir a la misa dominical de las 8 de la mañana. Papá comentaba entre risas que los lunes cortaba, los martes cosía, los miércoles descosía, los jueves vuelta a coser, los viernes descosía y cosía a mil por hora, para el sábado planchar y dar las últimas puntadas para que estuvieran listos y poder estrenarlos el domingo. Y no solo se trataba de los vestidos, también preparaba los sombreritos y nuestras bolsitas. Así que parecíamos muñequitas, muy coquetas, con nuestros zapatos de domingo, oliendo a limpio y a nuevo.
Como Elvia, la mayor, iba creciendo, pronto dejó de ser niña para convertirse en señorita, ya no quiso vestirse igual que las "niñas" de sus hermanas. La crinolinas famosas dejaban de funcionar si ya el tul no estaba tan tieso, y no dejaba que la falda se esponjara. Me tocó estrenar entonces una crinolina muy moderna el último grito de la moda, tenía su tul pero no muy tupido, porque tenía un aditamento en la orilla que le permitía que no se apachurrara. Era un tubo de plástico "flexible" circular, colocado alrededor casi en la orilla, que se inflaba a través de una boquilla, que al terminar de llenarse se tapaba y quedaba un perfecto aro, y oh!!!! la falda quedaba esponjadita, esponjadita. El problema era cuando uno tenía que sentarse, la falda se elevaba y se te veían hasta los calzones. Ya podrán imaginarse, la escena, yo en misa parada en frente de la banca, y a la hora de sentarse, horror!!!!! toda la falda levantada, yo tratando de bajarla, los chiquillos muertos de risa, burlándose de uno. Yo queriendo que la tierra me tragara.
Todo ese domingo en casa y al día siguiente en la escuela fui la comidilla de Sabinas.

martes, 21 de julio de 2009

Niña Mamá

Siempre me gustaron los chiquitines, por eso el muñeco que más me gustaba era uno que parecía un bebé. Y recuerdo que siempre andaba con una cantaleta que mi mamá en un principio me festejaba y le divertía, pero al final ya le parecía de locura: "Mamá quiero tener un hermanito, y cuando me contestaba que por el momento no, entonces le decía que me dijera como le hacía para tener un hijo". Y recuerdo tan bien que los mayores se reían y bromeaban a mis papás, pero en mi inocencia, pues no entendía nada. En aquel entonces yo tenía 5 años, y fue antes de mi accidente en el que me corté la pierna. Pero me encantaban tanto los bebés, que siempre andaba cuidando a los hermanitos chiquitos de mis vecinos y amigos. Y durante años repetí a mis padres que yo quería tener un hijo. Y hasta en sueños me veía como mamá de un pequeñito y siempre tomados de la mano. Quién pensaría que muchos años después ese sueño se cristalizaría y no como en un cuento de hadas, sino como una realidad a base de mucho esfuerzo, y mucho sufrimiento. Pero cuyo resultado se materializó en un niño de carne y hueso que anduvo de mi mano por un buen tiempo.

miércoles, 15 de julio de 2009

De muñecas a reynas

Me encantaba siempre treparme a las bardas o a los árboles, me decían en casa que era muy "machetona", en otras palabras me daban a entender que me gustaba hacer cosas muy propias de niños. Y de hecho era la única niña que jugaba al béisbol en el equipo de los niños. Era cierto que me atrevía a hacer muchas cosas que las niñas no hacían, pero sí me gustaba jugar con mis muñecos, recuerdo algunos de ellos, que siempre eran regalados por las navidades. Mi muñeco bebé, que traía su toallita, su jaboncito. Hasta lo bautizamos e hicimos la fiesta del bautizo, y todos los invitados tenían que llevar un regalito para mi muñeco. Otra de las muñecas estaba justo de mi tamaño, y si la tomaba de la mano caminaba, ella se llamaba Susy. Después llegó una más moderna que tenía un cordoncito en la espalda que si lo jalabas la hacía decir frases como: "¿Quieres jugar conmigo?" o "Tengo hambre", eran las maravillas modernas, pero ésa no me duró mucho como que el disquito se rayó y dejó de hablar. Regresé a jugar con los otros. También estaban de moda las muñequitas de papel, que traían todo un vestuario y tenía uno que recortar cada prenda con cuidado, y sobre todo dejarle las cejillas para colgarlas de los hombros de tus muñecas de papel. Traían sus bolsas, guantes, sombreros, zapatos, y una variedad enorme de vestidos. Uno se entretenía bastante con ellos.
Mis amigas en Sabinas Titi, y Rosa Elena, eran con quienes yo jugaba y compartía mis secretos infantiles. También nos reuníamos para hacer nuestras tareas. Pero también tenía a mis amiguillos, como Jorge, que era hermano de Titi, Raymundo y Rolando. Ellos nos acompañaban en nuestros juegos vecinales. Hacíamos representaciones de El Rey y la Reyna de la colonia, y preparábamos todo el escenario, el vestuario, nos podíamos pasar días enteros en la preparación. En esto los niños eran muy buenos ayudantes, y lo más importante es que se prestaban a hacer de “Rey” o de chambelanes porque tenían que acompañar a la Reyna y a sus princesas. El día de la coronación, nuestros papás nos dejaban que nos pusiéramos nuestras mejores galas: la ropa y los zapatos de domingo. Íbamos todos recién bañaditos, bien peinados, a las niñas hasta nos permitían ponernos “colorete”. Pero también hacíamos alguna representación de algún cuento, como el de La bella durmiente. Yo estaba chiquitilla, pero recuerdo que el papel de príncipe lo hacía “Quelo”, y el de la princesa mi hermana Elvia. Ellos eran mayores y ya se preparaban con sus diálogos. En el patio se colocaban sillas, y el escenario. Los espectadores lógicamente que éramos el resto de los huercos y los papás de todos. Nuestras tardes de verano eran muy familiares. Y si, todo el vecindario éramos como una gran familia.

sábado, 11 de julio de 2009

Me quedé cojita de este pie....

Así era la letanía de otro de los juegos que a toda la bola de huercos nos gustaba jugar. Desde muy chiquita me quedé cojita de este pie, de este pie, que te piso, que te piso, que te doy un pisotón. Y lo traigo a colación porque no siempre fueron risas, cantos y juegos. Cuando tenía 5 años, me dio el sarampión y tuve un fuerte accidente. En aquel entonces con el sarampión te ponían en cuarentena por semanas. Te prohibían salir, y mucho menos podías jugar con tus amigos. Yo estaba tan débil por la enfermedad y el encierro, que el día que por fin terminó la cuarentena, mamá me prometió llevarme al cine. Me baño, me puso un vestido bonito, me peinó el largo cabello que tenía y cuando estuve lista, me envió al jardín a jugar un rato con mis hermanos, mientras ella se arreglaba para irnos.
Yo estuve un rato desde el porche observando a mis hermanos jugar, pero como esta muy debilucha, decidí volver a entrar a la casa. Al llegar a la puerta de la entrada, giré el picaporte, pero no abrió, se atoró, y yo empujé con el hombro la puerta para ver si se abría. Y si se abrió pero yo perdí el equilibrio y caí de rodillas, y al caer, me llevé con mi peso un par de botellas de vidrio con la leche. Antes se acostumbraba que pasaba el lechero y depositaba las botellas en las puertas de la casa. Y la nuestra no era la excepción. Así que las botellas se hicieron añicos, la leche se desparramó por todo el piso, y yo pues me rebané la pierna derecha con tres grandes trozos de cristal. Fue tan grande mi susto y mi miedo, porque pensé que me regañarían por haber quebrado los frascos, que de momento yo no sentí nada. La leche estaba blanca, no había gota de sangre en ella, así que no vi otra cosa que vidrios y leche por todos lados. Me levanté, me alisé mi vestido chorreado y en eso sale mamá de su recámara para ver que había pasado. Puso su cara de sorpresa primero y de enojo después. No tanto por la leche, sino porque me había ensuciado y tendría que cambiarme si queríamos llegar todavía al cine. Ella tampoco había notado nada, no fue sino hasta que caminé hacia ella, que vio mi pierna, con tremendos colgajos, y que empieza a gritar a todos mis hermanos, y luego a la muchacha que nos ayudaba, yo no entendía que pasaba. Me cargó de inmediato, me preguntaba que si me dolía, pero yo decía que no, porque no sabía que podía dolerme, si el golpe de haberme caído. Le daba órdenes a la muchacha para que llamara a la ambulancia, pero todo ahí era gritos y confusión. Mamá entonces optó por salir a la calle y pedirle a un vecino Don Pedro, que nos llevara al hospital. Fue cuando mamá se sentó conmigo encima que pude ver mi pierna, temblaba, pero realmente no me dolía. Y no salía una sola gota de sangre. Cuando llegamos al Hospital, me colocaron en una camilla, me llevaron a la sala de operaciones. Ahí me pararon en una mesa metálica, me desvistieron, y recuerdo haber visto a una enfermera ir a un refrigerador, sacar una botella de cristal, que ahora se que era agua oxigenada, y me la vaciaron desde el muslo hasta la pantorrilla, estando yo parada. Lo último que recuerdo fue que pegué un fuerte grito de dolor, y probablemente me desmayé. Luego recuerdo que estaba en el hospital, y venía una enfermera a cada rato, al menos así me lo parecía a mi, por lo seguido que la tenía enfrente, a ponerme inyectada la penicilina, para combatir la infección. . A la semana de salir del hospital, algo empezó a pasar con mi pierna, porque me dolía tanto que no dejaba que nada ni nadie la rozara, mucho menos que la tocaran. Esto le pareció raro a mis papás, y me llevaron al médico, este se encontraba renuente a quitarme todos los vendajes, y por insistencia de mamá, lo tuvo que hacer. Al llegar al último pedazo de venda, está se se encontraba pegada a mi herida, la jaló con fuerza que empecé a llorar de dolor, pero se dieron cuenta que lo que tenía era una infección del tamaño del mundo, y de vuelta me llevaron al quirófano.
Estuve vendada por varios meses, y anduve cojita otros tantos, siempre me regañaban para que no cojeara, que porque así me iba a quedar, pero yo continuaba haciéndolo igual, corría de a brinquito, y brincaba en un solo pie. Hasta que poco a poco fui recuperando la fortaleza en mi pierna y pude caminar de nuevo bien.
En todos esos meses, también anduve peregrinando de iglesia en iglesia, colocando esos milagritos en forma de piernitas, en cuánto santo mamá creyera importante para hacerme el milagro. Y es que el médico le había dicho que por un poquito más profunda la herida y si hubiera quedado cojita.
Con el tiempo, hice mi vida tan normal, aprendí a andar en bicicleta, en patines, llegué a correr en cuarto y quinto año de primaria carreras con obstáculos, y aunque me quedaron unas feas cicatrices, me acostumbré a ellas. Cuando cursaba la preparatoria en Chihuahua, desfilé de Bastonera, luciendo unas piernas que sabía muy bien que llamaban la atención y no por las cicatrices...

miércoles, 8 de julio de 2009

Historietas

Cada domingo después de misa, llegábamos al estanquillo de la esquina de la plaza, y papá nos compraba a cada quien sus cuentos de historietas preferidas, que el Pato Donald; La pequeña Lulú; Archie y sus amigos; el Pato Lucas; Superman, Susy Secretos del corazón (ésta era para mis hermanas mayores, pero también la leía), entre muchas otras más. A papá le gustaba incitarnos a la lectura, y a la comprensión de lo que leíamos, pero también a observar los detalles de cada historia y sus personajes. Después de leer nuestros cuentos, él nos hacía toda clase de preguntas sobre lo que habíamos leído. Pero se iba por los detalles, recuerdo bien aquel domingo en Taxco, que muy ufana le contaba la historieta del Pato Donald, y de pronto me pregunta y cual es la placa del auto del Pato? Ups, no me había fijado en ese detalle. Corrí a releer toda la historieta, para poder encontrar el recuadro con el auto y su placa. A partir de ese momento tuve la precaución de ir tomando nota mental de cuanto detalle me pareciera importante. Esto impactó mi niñez, y por ende me hizo ser una mujer muy observadora. Además soy devoradora de libros, pero me encantan aquellos que detallan la vida y las costumbres de la época en que son narrados. El primer libro que leí fué La cabaña del Tío Tom, y le siguió Corazón diario de un niño o De los Apeninos a los Alpes. De ahí en adelante siempre fuí una lectora de cuanto papel escrito llegaba a mis manos. El periódico todavía lo acostumbro a leer de cabo a rabo, incluyendo anuncios y obituarios.

La escuelita

El Colegio Modelo, era uno de los mejores de nuestra ciudad, su directora Amelia, era amiga de mi Tía Olga, quien era maestra de esa escuela. De ahí que papá y mamá decidieran enviarnos a estudiar allí. Recuerdo que el colegio estaba primero en una casa, con un patio pequeño y nos organizaban en rondas para no salir todos juntos. Mi maestra se llamaba Rebeca. Ella nos contaba cuentos, nos ponía juegos, y nos empezaba a enseñar a leer y a escribir. La ventaja que yo tenía sobre mis compañeritos, eran mis dos hermanas mayores: Elvia y Laura, que eran mi ejemplo. Laura, quien es tres años mayor que yo, llegaba con su tarea y yo que me caracterizo por ser metichona, pues llegaba y me ponía a su lado y la observaba como hacía su tarea. Entonces aprendí más rápido a leer a escribir y a contar, pero además no solo esto sino también a sumar, restar, dividir y multiplicar. De hecho llegó un momento en que Laura, cómodamente llegaba con sus tareas, y me las daba para que yo se las hiciera. a mi esto no me molestaba en absoluto, recuerdo que lo disfrutaba enormemente. No fué hasta que mi maestra Rebeca, mandó llamar a mis papás para comentar lo que me pasaba en clase: estaba muy inquieta, hacía muchas travesuras, no ponía la atención debida. Lo que a ella le parecía increíble es que todo cuánto ella explicaba yo ya lo sabía, y al preguntarme como lo había aprendido, pues se enteraron de la verdad. Y a la pobre Laura le fué como en feria, quedó prohibido que yo le hiciera sus tareas, porque la que estaba aprendiendo era yo y no ella. Pero eso ya no me limitó a que yo quisiera seguir aprendiendo por mi cuenta.
Después de esa casita donde inició la escuela, como creció el número de los alumnos, pues tuvieron que buscar un edificio más amplio. Y el que encontraron resultó ser el recién cerrado hospital de Sabinas, que se había mudado a una construcción más moderna.
Este antiguo hospital, tenía muchos cuartos, un patio enorme, pero también tenía fantasmas!!!
Y es que en aquel entonces. estoy hablando de los 60's, los niños íbamos a clases mañana y tarde. Y teníamos que hacer las tareas igual: las de mañana y las de tarde. Uno de esos días calurosos, salimos de clase al mediodía, y ya estábamos esperando a que pasara la camioneta escolar por nosotros cuando entonces recordé que se me había olvidado un cuaderno muy importante donde tenía que hacer mi tarea para las clases de la tarde.
Pero la escuela ya estaba cerrada, y yo muy apurona, empecé a llorar, llegó el chofer, y me ayudó a meterme por una ventana al edificio. Ya estando adentro, tenía que dirigirme hasta mi salón que era uno de los que estaba casi al final de un pasillo enorme. El corredor no estaba en penumbras, porque se iluminaba a pedazos, a través de las puertas abiertas de los salones por los cuales se filtraba la luz del mediodía. Y al fondo con el portón abierto se miraba alumbrado por el sol, el gran patio. Tanto salones como patio estaban vacíos, más no en silencio, porque conforme caminaba y pasaba de salón por salón se escuchaban, quejidos, llantos, gritos de dolor. Y ya no pude más, temblando de miedo, me di la media vuelta y me regresé corriendo desenfrendamente hasta la ventana para volver a salir a la calle. Me cuentan que en ese momento mi cara reflejaba el espanto y un color de cera pálida.
Por la tarde recibí el regaño de mi maestra por no llevar mi tarea.

jueves, 2 de julio de 2009

El bote

En Sabinas durante el verano hacía tanto calor, que el agua escaseaba y recuerdo que mi padre contaba a manera de chiste imitando a mamá sobre esta situación. Nos contaba que por las mañanas mamá le preguntaba: "¿ Víctor te tomas un café o te rasuras?. Y otra de sus frases era que si se nos llegaba a acabar el gas, no debíamos preocuparnos, porque en la banqueta podríamos cocinar perfectamente los huevos. También recuerdo que nos mojábamos con la manguera en el jardín, y la vez que por estar tratando de mojar a mis hermanos, me quedé parada en un solo lugar durante un rato, y que se me suben las hormigas, brincaba y gritaba como loquita, hasta que salió mamá para ver que me pasaba y ya me untó alguna de aquellas pomadas mágicas que hacían desaparecer rápidamente el dolor.
Por las noches, las familias enteras acostumbrábamos a salir a los porches, donde los mayores, sentados en sus mecedoras, trataban de refrescarse un poco. Mientras tanto toda la bola de chiquillos, jugábamos en la calle al bote, o a las escondidas. El bote era cualquier lata, a la que le metíamos unas cuantas piedrecillas, y lo aplastábamos de un lado. Parecía una maraca. Pero se colocaba en la mitad de la calle, y uno de nosotros lo pateaba tan fuerte para lanzarlo lo más lejos que pudiera, con el fin de darnos la ventaja de tener más tiempo para escondernos de aquel al que le tocaba buscarnos. Y luego al irnos encontrando decía en la base, que podía ser un poste de la luz: Un, dos, tres por fulanito que está detrás del árbol, o del carro, o del poste, o donde estuviéramos escondidos. Al primero que encontraba le tocaba buscar en la siguiente ronda, pero lo maravilloso del juego es que podíamos ser salvados, si uno de nosotros se escondía tan bién que le era difícil encontrarlo, éste aprovechaba algún momento en que se alejaba de la base para correr y tocarla y decir: !!!Un, dos, tres, por mi y por todos mis compañeros que están salvados!!!!, y volvía a buscar el mismo que nos andaba buscando. Y vuelta a empezar.

miércoles, 1 de julio de 2009

Las azoteas

De niña en Sabinas, donde nací y viví hasta los nueve años, siempre viví feliz, donde los juegos y la diversión estaban en cada momento presentes. Recuerdo algunos de aquellos juegos donde participábamos mis hermanos: Elvia, Laura, Ruso y yo. Además de todos los vecinos de la cuadra: Titi, mi mejor amiga, sus hermanos Fernando, Raúl, Jorge (q.e.p.d) y Mireya, que vivían a la vuelta. Y los de al lado: Rosa Delia, Rodolfo, Rocío.
Los de enfrente: Celina y Mundo. Mi memoria ya no da para más, pero todavía recuerdo todas las travesuras que hacíamos como la de treparnos a las azoteas de la casa, y ahí trepar cuanto juguete teníamos, desde sillas, mesitas. Ah!!! porque nos daba por jugar a las casitas entre todos. Y unos eran los encargados de la tiendita, otros de la mueblería, otros de la tortillería, y así hasta tener a toda la vecindad en miniatura. Y vendíamos tortillitas de verdad, o muebles de juguete, y hasta teníamos una balanza en miniatura con sus pesitas de 100 grs., 500 grs. medio kilo y de a kilo. Recuerdo que alguna vez papá y mamá nos observaban desde la puerta del patio trasero, orgullosos de todos nosotros, no solo de sus propios hijos sino de todo aquel enjambre de chiquillos. Porque el sentir de entonces es que éramos queridos, apreciados y cuidados como hijos por todos los papás del vecindario. Y era frecuente que ellos cooperaran dándonos cuanta cosa pudiera servirnos para nuestros juegos. Y algunas veces jugábamos en los patios, pero la aventura mayor era la de treparnos a los techos. Esto se acabó el día que Celina estaba meciéndose en su mecedorcita, la colocó tan cerca de la orilla del techo que se meció tan fuerte que se fué hacia atrás, apenas le dió tiempo al Ruso, mi hermanito de apenas 5 añitos, de atraparla por un tobillo. Obviamente Celina, quien tenía 5 años también, quedó colgando de cabeza, sostenida por tan solo un pie, sobre la barda trasera de la casa, que daba a unos baldíos. En aquel entonces se acostumbraba que los papás al salir de sus trabajos por el intenso calor que hacía, se iban a una cantinilla "La Lengua" que estaba por la calle trasera y en cuya entrada había una banca hecha de un gran tronco, donde todos se sentaban en la sombra, y para mitigar un poco el intenso calor, bebían su cerveza. Desde ahí se alcanzaba a distinguir perfectamente toda la parte trasera de nuestra casa, precisamente por esos baldíos. Afortunadamente para Celina, la vieron caer, y corrieron todos los papás con cerveza en mano, justo cuando el Ruso ya no pudo con el enorme peso para su corta edad, y la soltó. Celina cayó en los brazos de su asustado papá, quedando tan solo con algunos pequeños raspones, pero sana y salva. A partir de allí, y con tremendo regaño para todos, desde los más grandotes hasta los más pequeñitos, quedamos advertidos so pena de un castigo mayor, no volvernos a subir a las azoteas jamás.