miércoles, 16 de septiembre de 2009

Días de campo

Los domingos por la mañana cuando tocaba ir de día de campo al Río Sabinas, la algarabía y los preparativos empezaban desde muy temprano. Mamá se encargaba de la comida, papá de los asadores y todas las herramientas y utensilios para calentar la comida, al igual de cuerdas y lonas, mesas o sillas plegables. Nosotros ayudábamos a acarrear todo al camión de Don Julián. Este era un camión de redilas de esos grandotes, en el cual cargaban todo, incluyéndonos a toda la chiquillería. Y es que esos días de campo eran familiares, pero no solamente de mi familia sino de todos los vecinos de la cuadra. Era toda una romería. El río no estaba lejos de la ciudad, en realidad estaba casi a la entrada, así que el traslado no era muy tardado. En cuánto llegaba el camión al río, lo estacionaban, quitaban la puerta trasera, y a saltar como chapulines todos desde arriba hasta el suelo, y empezábamos a correr hasta llegar al río, pero en la carrera, volaba un tenis o un zapato, un calcetín y luego el otro, y metíamos los pies descalzos en el agua fresca. Teníamos prohibído meternos más adentro, así que solo nos quedábamos en la orilla, que igual era algo peligrosa. Varios de nuestros amigos y conocidos habían perdido la vida en las aparentemente mansas aguas de ese río que en realidad era muy traicionero. Pero en aquel entonces, a toda la chiquillería ni nos preocupaba ni nos mortificaba aquello. Todos metidos hasta la cintura jugábamos y nos mojábamos. Cuando nos cansaba el agua, nos mecíamos en los columpios queya nos habían puesto en los Sabinos, con unas cuerdas muy gruesas y alguna llanta o tabla para que pudiéramos sentarnos. También jugábamos al béisbol y hacíamos equipos con los papás. Y legada la hora de la comida, el aroma de la machaca y las tortillas de harina nos abría el apetito de tal manera que queríamos acabar con todo.
Uno de esos días nos llovió a cántaros y no había donde meternos, y como nos decían que debajo de los árboles no, ya que había uno muy grande con el tronco quemado partido por un rayo, pues los evitábamos. Y vaya que caían relámpagos, gritábamos y llorábamos de puritito miedo. Entonces los papás lograron colocarnos debajo de una inmensa lona, para guarecernos un poco de la lluvia. Parecíamos pollitos bajo las alas de la gallina. Pero los relámpagos seguían cayendo a nuestro alrededor, y el griterío y los llantos aumentaban de intensidad. Recuerdo haber visto caer 2 grandes relámpagos enfrente de mi nariz (bueno casi, de otra manera no estaría escribiendo esto), y que al igual que los demás gritaba y lloraba. Afortunadamente se pasó rápido la lluvia, recogimos todo, y llegamos a nuestras casas a bañarnos y a dormirnos exhaustos por toda la emoción de ese día.