martes, 21 de julio de 2009

Niña Mamá

Siempre me gustaron los chiquitines, por eso el muñeco que más me gustaba era uno que parecía un bebé. Y recuerdo que siempre andaba con una cantaleta que mi mamá en un principio me festejaba y le divertía, pero al final ya le parecía de locura: "Mamá quiero tener un hermanito, y cuando me contestaba que por el momento no, entonces le decía que me dijera como le hacía para tener un hijo". Y recuerdo tan bien que los mayores se reían y bromeaban a mis papás, pero en mi inocencia, pues no entendía nada. En aquel entonces yo tenía 5 años, y fue antes de mi accidente en el que me corté la pierna. Pero me encantaban tanto los bebés, que siempre andaba cuidando a los hermanitos chiquitos de mis vecinos y amigos. Y durante años repetí a mis padres que yo quería tener un hijo. Y hasta en sueños me veía como mamá de un pequeñito y siempre tomados de la mano. Quién pensaría que muchos años después ese sueño se cristalizaría y no como en un cuento de hadas, sino como una realidad a base de mucho esfuerzo, y mucho sufrimiento. Pero cuyo resultado se materializó en un niño de carne y hueso que anduvo de mi mano por un buen tiempo.

miércoles, 15 de julio de 2009

De muñecas a reynas

Me encantaba siempre treparme a las bardas o a los árboles, me decían en casa que era muy "machetona", en otras palabras me daban a entender que me gustaba hacer cosas muy propias de niños. Y de hecho era la única niña que jugaba al béisbol en el equipo de los niños. Era cierto que me atrevía a hacer muchas cosas que las niñas no hacían, pero sí me gustaba jugar con mis muñecos, recuerdo algunos de ellos, que siempre eran regalados por las navidades. Mi muñeco bebé, que traía su toallita, su jaboncito. Hasta lo bautizamos e hicimos la fiesta del bautizo, y todos los invitados tenían que llevar un regalito para mi muñeco. Otra de las muñecas estaba justo de mi tamaño, y si la tomaba de la mano caminaba, ella se llamaba Susy. Después llegó una más moderna que tenía un cordoncito en la espalda que si lo jalabas la hacía decir frases como: "¿Quieres jugar conmigo?" o "Tengo hambre", eran las maravillas modernas, pero ésa no me duró mucho como que el disquito se rayó y dejó de hablar. Regresé a jugar con los otros. También estaban de moda las muñequitas de papel, que traían todo un vestuario y tenía uno que recortar cada prenda con cuidado, y sobre todo dejarle las cejillas para colgarlas de los hombros de tus muñecas de papel. Traían sus bolsas, guantes, sombreros, zapatos, y una variedad enorme de vestidos. Uno se entretenía bastante con ellos.
Mis amigas en Sabinas Titi, y Rosa Elena, eran con quienes yo jugaba y compartía mis secretos infantiles. También nos reuníamos para hacer nuestras tareas. Pero también tenía a mis amiguillos, como Jorge, que era hermano de Titi, Raymundo y Rolando. Ellos nos acompañaban en nuestros juegos vecinales. Hacíamos representaciones de El Rey y la Reyna de la colonia, y preparábamos todo el escenario, el vestuario, nos podíamos pasar días enteros en la preparación. En esto los niños eran muy buenos ayudantes, y lo más importante es que se prestaban a hacer de “Rey” o de chambelanes porque tenían que acompañar a la Reyna y a sus princesas. El día de la coronación, nuestros papás nos dejaban que nos pusiéramos nuestras mejores galas: la ropa y los zapatos de domingo. Íbamos todos recién bañaditos, bien peinados, a las niñas hasta nos permitían ponernos “colorete”. Pero también hacíamos alguna representación de algún cuento, como el de La bella durmiente. Yo estaba chiquitilla, pero recuerdo que el papel de príncipe lo hacía “Quelo”, y el de la princesa mi hermana Elvia. Ellos eran mayores y ya se preparaban con sus diálogos. En el patio se colocaban sillas, y el escenario. Los espectadores lógicamente que éramos el resto de los huercos y los papás de todos. Nuestras tardes de verano eran muy familiares. Y si, todo el vecindario éramos como una gran familia.

sábado, 11 de julio de 2009

Me quedé cojita de este pie....

Así era la letanía de otro de los juegos que a toda la bola de huercos nos gustaba jugar. Desde muy chiquita me quedé cojita de este pie, de este pie, que te piso, que te piso, que te doy un pisotón. Y lo traigo a colación porque no siempre fueron risas, cantos y juegos. Cuando tenía 5 años, me dio el sarampión y tuve un fuerte accidente. En aquel entonces con el sarampión te ponían en cuarentena por semanas. Te prohibían salir, y mucho menos podías jugar con tus amigos. Yo estaba tan débil por la enfermedad y el encierro, que el día que por fin terminó la cuarentena, mamá me prometió llevarme al cine. Me baño, me puso un vestido bonito, me peinó el largo cabello que tenía y cuando estuve lista, me envió al jardín a jugar un rato con mis hermanos, mientras ella se arreglaba para irnos.
Yo estuve un rato desde el porche observando a mis hermanos jugar, pero como esta muy debilucha, decidí volver a entrar a la casa. Al llegar a la puerta de la entrada, giré el picaporte, pero no abrió, se atoró, y yo empujé con el hombro la puerta para ver si se abría. Y si se abrió pero yo perdí el equilibrio y caí de rodillas, y al caer, me llevé con mi peso un par de botellas de vidrio con la leche. Antes se acostumbraba que pasaba el lechero y depositaba las botellas en las puertas de la casa. Y la nuestra no era la excepción. Así que las botellas se hicieron añicos, la leche se desparramó por todo el piso, y yo pues me rebané la pierna derecha con tres grandes trozos de cristal. Fue tan grande mi susto y mi miedo, porque pensé que me regañarían por haber quebrado los frascos, que de momento yo no sentí nada. La leche estaba blanca, no había gota de sangre en ella, así que no vi otra cosa que vidrios y leche por todos lados. Me levanté, me alisé mi vestido chorreado y en eso sale mamá de su recámara para ver que había pasado. Puso su cara de sorpresa primero y de enojo después. No tanto por la leche, sino porque me había ensuciado y tendría que cambiarme si queríamos llegar todavía al cine. Ella tampoco había notado nada, no fue sino hasta que caminé hacia ella, que vio mi pierna, con tremendos colgajos, y que empieza a gritar a todos mis hermanos, y luego a la muchacha que nos ayudaba, yo no entendía que pasaba. Me cargó de inmediato, me preguntaba que si me dolía, pero yo decía que no, porque no sabía que podía dolerme, si el golpe de haberme caído. Le daba órdenes a la muchacha para que llamara a la ambulancia, pero todo ahí era gritos y confusión. Mamá entonces optó por salir a la calle y pedirle a un vecino Don Pedro, que nos llevara al hospital. Fue cuando mamá se sentó conmigo encima que pude ver mi pierna, temblaba, pero realmente no me dolía. Y no salía una sola gota de sangre. Cuando llegamos al Hospital, me colocaron en una camilla, me llevaron a la sala de operaciones. Ahí me pararon en una mesa metálica, me desvistieron, y recuerdo haber visto a una enfermera ir a un refrigerador, sacar una botella de cristal, que ahora se que era agua oxigenada, y me la vaciaron desde el muslo hasta la pantorrilla, estando yo parada. Lo último que recuerdo fue que pegué un fuerte grito de dolor, y probablemente me desmayé. Luego recuerdo que estaba en el hospital, y venía una enfermera a cada rato, al menos así me lo parecía a mi, por lo seguido que la tenía enfrente, a ponerme inyectada la penicilina, para combatir la infección. . A la semana de salir del hospital, algo empezó a pasar con mi pierna, porque me dolía tanto que no dejaba que nada ni nadie la rozara, mucho menos que la tocaran. Esto le pareció raro a mis papás, y me llevaron al médico, este se encontraba renuente a quitarme todos los vendajes, y por insistencia de mamá, lo tuvo que hacer. Al llegar al último pedazo de venda, está se se encontraba pegada a mi herida, la jaló con fuerza que empecé a llorar de dolor, pero se dieron cuenta que lo que tenía era una infección del tamaño del mundo, y de vuelta me llevaron al quirófano.
Estuve vendada por varios meses, y anduve cojita otros tantos, siempre me regañaban para que no cojeara, que porque así me iba a quedar, pero yo continuaba haciéndolo igual, corría de a brinquito, y brincaba en un solo pie. Hasta que poco a poco fui recuperando la fortaleza en mi pierna y pude caminar de nuevo bien.
En todos esos meses, también anduve peregrinando de iglesia en iglesia, colocando esos milagritos en forma de piernitas, en cuánto santo mamá creyera importante para hacerme el milagro. Y es que el médico le había dicho que por un poquito más profunda la herida y si hubiera quedado cojita.
Con el tiempo, hice mi vida tan normal, aprendí a andar en bicicleta, en patines, llegué a correr en cuarto y quinto año de primaria carreras con obstáculos, y aunque me quedaron unas feas cicatrices, me acostumbré a ellas. Cuando cursaba la preparatoria en Chihuahua, desfilé de Bastonera, luciendo unas piernas que sabía muy bien que llamaban la atención y no por las cicatrices...

miércoles, 8 de julio de 2009

Historietas

Cada domingo después de misa, llegábamos al estanquillo de la esquina de la plaza, y papá nos compraba a cada quien sus cuentos de historietas preferidas, que el Pato Donald; La pequeña Lulú; Archie y sus amigos; el Pato Lucas; Superman, Susy Secretos del corazón (ésta era para mis hermanas mayores, pero también la leía), entre muchas otras más. A papá le gustaba incitarnos a la lectura, y a la comprensión de lo que leíamos, pero también a observar los detalles de cada historia y sus personajes. Después de leer nuestros cuentos, él nos hacía toda clase de preguntas sobre lo que habíamos leído. Pero se iba por los detalles, recuerdo bien aquel domingo en Taxco, que muy ufana le contaba la historieta del Pato Donald, y de pronto me pregunta y cual es la placa del auto del Pato? Ups, no me había fijado en ese detalle. Corrí a releer toda la historieta, para poder encontrar el recuadro con el auto y su placa. A partir de ese momento tuve la precaución de ir tomando nota mental de cuanto detalle me pareciera importante. Esto impactó mi niñez, y por ende me hizo ser una mujer muy observadora. Además soy devoradora de libros, pero me encantan aquellos que detallan la vida y las costumbres de la época en que son narrados. El primer libro que leí fué La cabaña del Tío Tom, y le siguió Corazón diario de un niño o De los Apeninos a los Alpes. De ahí en adelante siempre fuí una lectora de cuanto papel escrito llegaba a mis manos. El periódico todavía lo acostumbro a leer de cabo a rabo, incluyendo anuncios y obituarios.

La escuelita

El Colegio Modelo, era uno de los mejores de nuestra ciudad, su directora Amelia, era amiga de mi Tía Olga, quien era maestra de esa escuela. De ahí que papá y mamá decidieran enviarnos a estudiar allí. Recuerdo que el colegio estaba primero en una casa, con un patio pequeño y nos organizaban en rondas para no salir todos juntos. Mi maestra se llamaba Rebeca. Ella nos contaba cuentos, nos ponía juegos, y nos empezaba a enseñar a leer y a escribir. La ventaja que yo tenía sobre mis compañeritos, eran mis dos hermanas mayores: Elvia y Laura, que eran mi ejemplo. Laura, quien es tres años mayor que yo, llegaba con su tarea y yo que me caracterizo por ser metichona, pues llegaba y me ponía a su lado y la observaba como hacía su tarea. Entonces aprendí más rápido a leer a escribir y a contar, pero además no solo esto sino también a sumar, restar, dividir y multiplicar. De hecho llegó un momento en que Laura, cómodamente llegaba con sus tareas, y me las daba para que yo se las hiciera. a mi esto no me molestaba en absoluto, recuerdo que lo disfrutaba enormemente. No fué hasta que mi maestra Rebeca, mandó llamar a mis papás para comentar lo que me pasaba en clase: estaba muy inquieta, hacía muchas travesuras, no ponía la atención debida. Lo que a ella le parecía increíble es que todo cuánto ella explicaba yo ya lo sabía, y al preguntarme como lo había aprendido, pues se enteraron de la verdad. Y a la pobre Laura le fué como en feria, quedó prohibido que yo le hiciera sus tareas, porque la que estaba aprendiendo era yo y no ella. Pero eso ya no me limitó a que yo quisiera seguir aprendiendo por mi cuenta.
Después de esa casita donde inició la escuela, como creció el número de los alumnos, pues tuvieron que buscar un edificio más amplio. Y el que encontraron resultó ser el recién cerrado hospital de Sabinas, que se había mudado a una construcción más moderna.
Este antiguo hospital, tenía muchos cuartos, un patio enorme, pero también tenía fantasmas!!!
Y es que en aquel entonces. estoy hablando de los 60's, los niños íbamos a clases mañana y tarde. Y teníamos que hacer las tareas igual: las de mañana y las de tarde. Uno de esos días calurosos, salimos de clase al mediodía, y ya estábamos esperando a que pasara la camioneta escolar por nosotros cuando entonces recordé que se me había olvidado un cuaderno muy importante donde tenía que hacer mi tarea para las clases de la tarde.
Pero la escuela ya estaba cerrada, y yo muy apurona, empecé a llorar, llegó el chofer, y me ayudó a meterme por una ventana al edificio. Ya estando adentro, tenía que dirigirme hasta mi salón que era uno de los que estaba casi al final de un pasillo enorme. El corredor no estaba en penumbras, porque se iluminaba a pedazos, a través de las puertas abiertas de los salones por los cuales se filtraba la luz del mediodía. Y al fondo con el portón abierto se miraba alumbrado por el sol, el gran patio. Tanto salones como patio estaban vacíos, más no en silencio, porque conforme caminaba y pasaba de salón por salón se escuchaban, quejidos, llantos, gritos de dolor. Y ya no pude más, temblando de miedo, me di la media vuelta y me regresé corriendo desenfrendamente hasta la ventana para volver a salir a la calle. Me cuentan que en ese momento mi cara reflejaba el espanto y un color de cera pálida.
Por la tarde recibí el regaño de mi maestra por no llevar mi tarea.

jueves, 2 de julio de 2009

El bote

En Sabinas durante el verano hacía tanto calor, que el agua escaseaba y recuerdo que mi padre contaba a manera de chiste imitando a mamá sobre esta situación. Nos contaba que por las mañanas mamá le preguntaba: "¿ Víctor te tomas un café o te rasuras?. Y otra de sus frases era que si se nos llegaba a acabar el gas, no debíamos preocuparnos, porque en la banqueta podríamos cocinar perfectamente los huevos. También recuerdo que nos mojábamos con la manguera en el jardín, y la vez que por estar tratando de mojar a mis hermanos, me quedé parada en un solo lugar durante un rato, y que se me suben las hormigas, brincaba y gritaba como loquita, hasta que salió mamá para ver que me pasaba y ya me untó alguna de aquellas pomadas mágicas que hacían desaparecer rápidamente el dolor.
Por las noches, las familias enteras acostumbrábamos a salir a los porches, donde los mayores, sentados en sus mecedoras, trataban de refrescarse un poco. Mientras tanto toda la bola de chiquillos, jugábamos en la calle al bote, o a las escondidas. El bote era cualquier lata, a la que le metíamos unas cuantas piedrecillas, y lo aplastábamos de un lado. Parecía una maraca. Pero se colocaba en la mitad de la calle, y uno de nosotros lo pateaba tan fuerte para lanzarlo lo más lejos que pudiera, con el fin de darnos la ventaja de tener más tiempo para escondernos de aquel al que le tocaba buscarnos. Y luego al irnos encontrando decía en la base, que podía ser un poste de la luz: Un, dos, tres por fulanito que está detrás del árbol, o del carro, o del poste, o donde estuviéramos escondidos. Al primero que encontraba le tocaba buscar en la siguiente ronda, pero lo maravilloso del juego es que podíamos ser salvados, si uno de nosotros se escondía tan bién que le era difícil encontrarlo, éste aprovechaba algún momento en que se alejaba de la base para correr y tocarla y decir: !!!Un, dos, tres, por mi y por todos mis compañeros que están salvados!!!!, y volvía a buscar el mismo que nos andaba buscando. Y vuelta a empezar.

miércoles, 1 de julio de 2009

Las azoteas

De niña en Sabinas, donde nací y viví hasta los nueve años, siempre viví feliz, donde los juegos y la diversión estaban en cada momento presentes. Recuerdo algunos de aquellos juegos donde participábamos mis hermanos: Elvia, Laura, Ruso y yo. Además de todos los vecinos de la cuadra: Titi, mi mejor amiga, sus hermanos Fernando, Raúl, Jorge (q.e.p.d) y Mireya, que vivían a la vuelta. Y los de al lado: Rosa Delia, Rodolfo, Rocío.
Los de enfrente: Celina y Mundo. Mi memoria ya no da para más, pero todavía recuerdo todas las travesuras que hacíamos como la de treparnos a las azoteas de la casa, y ahí trepar cuanto juguete teníamos, desde sillas, mesitas. Ah!!! porque nos daba por jugar a las casitas entre todos. Y unos eran los encargados de la tiendita, otros de la mueblería, otros de la tortillería, y así hasta tener a toda la vecindad en miniatura. Y vendíamos tortillitas de verdad, o muebles de juguete, y hasta teníamos una balanza en miniatura con sus pesitas de 100 grs., 500 grs. medio kilo y de a kilo. Recuerdo que alguna vez papá y mamá nos observaban desde la puerta del patio trasero, orgullosos de todos nosotros, no solo de sus propios hijos sino de todo aquel enjambre de chiquillos. Porque el sentir de entonces es que éramos queridos, apreciados y cuidados como hijos por todos los papás del vecindario. Y era frecuente que ellos cooperaran dándonos cuanta cosa pudiera servirnos para nuestros juegos. Y algunas veces jugábamos en los patios, pero la aventura mayor era la de treparnos a los techos. Esto se acabó el día que Celina estaba meciéndose en su mecedorcita, la colocó tan cerca de la orilla del techo que se meció tan fuerte que se fué hacia atrás, apenas le dió tiempo al Ruso, mi hermanito de apenas 5 añitos, de atraparla por un tobillo. Obviamente Celina, quien tenía 5 años también, quedó colgando de cabeza, sostenida por tan solo un pie, sobre la barda trasera de la casa, que daba a unos baldíos. En aquel entonces se acostumbraba que los papás al salir de sus trabajos por el intenso calor que hacía, se iban a una cantinilla "La Lengua" que estaba por la calle trasera y en cuya entrada había una banca hecha de un gran tronco, donde todos se sentaban en la sombra, y para mitigar un poco el intenso calor, bebían su cerveza. Desde ahí se alcanzaba a distinguir perfectamente toda la parte trasera de nuestra casa, precisamente por esos baldíos. Afortunadamente para Celina, la vieron caer, y corrieron todos los papás con cerveza en mano, justo cuando el Ruso ya no pudo con el enorme peso para su corta edad, y la soltó. Celina cayó en los brazos de su asustado papá, quedando tan solo con algunos pequeños raspones, pero sana y salva. A partir de allí, y con tremendo regaño para todos, desde los más grandotes hasta los más pequeñitos, quedamos advertidos so pena de un castigo mayor, no volvernos a subir a las azoteas jamás.