miércoles, 1 de julio de 2009

Las azoteas

De niña en Sabinas, donde nací y viví hasta los nueve años, siempre viví feliz, donde los juegos y la diversión estaban en cada momento presentes. Recuerdo algunos de aquellos juegos donde participábamos mis hermanos: Elvia, Laura, Ruso y yo. Además de todos los vecinos de la cuadra: Titi, mi mejor amiga, sus hermanos Fernando, Raúl, Jorge (q.e.p.d) y Mireya, que vivían a la vuelta. Y los de al lado: Rosa Delia, Rodolfo, Rocío.
Los de enfrente: Celina y Mundo. Mi memoria ya no da para más, pero todavía recuerdo todas las travesuras que hacíamos como la de treparnos a las azoteas de la casa, y ahí trepar cuanto juguete teníamos, desde sillas, mesitas. Ah!!! porque nos daba por jugar a las casitas entre todos. Y unos eran los encargados de la tiendita, otros de la mueblería, otros de la tortillería, y así hasta tener a toda la vecindad en miniatura. Y vendíamos tortillitas de verdad, o muebles de juguete, y hasta teníamos una balanza en miniatura con sus pesitas de 100 grs., 500 grs. medio kilo y de a kilo. Recuerdo que alguna vez papá y mamá nos observaban desde la puerta del patio trasero, orgullosos de todos nosotros, no solo de sus propios hijos sino de todo aquel enjambre de chiquillos. Porque el sentir de entonces es que éramos queridos, apreciados y cuidados como hijos por todos los papás del vecindario. Y era frecuente que ellos cooperaran dándonos cuanta cosa pudiera servirnos para nuestros juegos. Y algunas veces jugábamos en los patios, pero la aventura mayor era la de treparnos a los techos. Esto se acabó el día que Celina estaba meciéndose en su mecedorcita, la colocó tan cerca de la orilla del techo que se meció tan fuerte que se fué hacia atrás, apenas le dió tiempo al Ruso, mi hermanito de apenas 5 añitos, de atraparla por un tobillo. Obviamente Celina, quien tenía 5 años también, quedó colgando de cabeza, sostenida por tan solo un pie, sobre la barda trasera de la casa, que daba a unos baldíos. En aquel entonces se acostumbraba que los papás al salir de sus trabajos por el intenso calor que hacía, se iban a una cantinilla "La Lengua" que estaba por la calle trasera y en cuya entrada había una banca hecha de un gran tronco, donde todos se sentaban en la sombra, y para mitigar un poco el intenso calor, bebían su cerveza. Desde ahí se alcanzaba a distinguir perfectamente toda la parte trasera de nuestra casa, precisamente por esos baldíos. Afortunadamente para Celina, la vieron caer, y corrieron todos los papás con cerveza en mano, justo cuando el Ruso ya no pudo con el enorme peso para su corta edad, y la soltó. Celina cayó en los brazos de su asustado papá, quedando tan solo con algunos pequeños raspones, pero sana y salva. A partir de allí, y con tremendo regaño para todos, desde los más grandotes hasta los más pequeñitos, quedamos advertidos so pena de un castigo mayor, no volvernos a subir a las azoteas jamás.

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