miércoles, 8 de julio de 2009

La escuelita

El Colegio Modelo, era uno de los mejores de nuestra ciudad, su directora Amelia, era amiga de mi Tía Olga, quien era maestra de esa escuela. De ahí que papá y mamá decidieran enviarnos a estudiar allí. Recuerdo que el colegio estaba primero en una casa, con un patio pequeño y nos organizaban en rondas para no salir todos juntos. Mi maestra se llamaba Rebeca. Ella nos contaba cuentos, nos ponía juegos, y nos empezaba a enseñar a leer y a escribir. La ventaja que yo tenía sobre mis compañeritos, eran mis dos hermanas mayores: Elvia y Laura, que eran mi ejemplo. Laura, quien es tres años mayor que yo, llegaba con su tarea y yo que me caracterizo por ser metichona, pues llegaba y me ponía a su lado y la observaba como hacía su tarea. Entonces aprendí más rápido a leer a escribir y a contar, pero además no solo esto sino también a sumar, restar, dividir y multiplicar. De hecho llegó un momento en que Laura, cómodamente llegaba con sus tareas, y me las daba para que yo se las hiciera. a mi esto no me molestaba en absoluto, recuerdo que lo disfrutaba enormemente. No fué hasta que mi maestra Rebeca, mandó llamar a mis papás para comentar lo que me pasaba en clase: estaba muy inquieta, hacía muchas travesuras, no ponía la atención debida. Lo que a ella le parecía increíble es que todo cuánto ella explicaba yo ya lo sabía, y al preguntarme como lo había aprendido, pues se enteraron de la verdad. Y a la pobre Laura le fué como en feria, quedó prohibido que yo le hiciera sus tareas, porque la que estaba aprendiendo era yo y no ella. Pero eso ya no me limitó a que yo quisiera seguir aprendiendo por mi cuenta.
Después de esa casita donde inició la escuela, como creció el número de los alumnos, pues tuvieron que buscar un edificio más amplio. Y el que encontraron resultó ser el recién cerrado hospital de Sabinas, que se había mudado a una construcción más moderna.
Este antiguo hospital, tenía muchos cuartos, un patio enorme, pero también tenía fantasmas!!!
Y es que en aquel entonces. estoy hablando de los 60's, los niños íbamos a clases mañana y tarde. Y teníamos que hacer las tareas igual: las de mañana y las de tarde. Uno de esos días calurosos, salimos de clase al mediodía, y ya estábamos esperando a que pasara la camioneta escolar por nosotros cuando entonces recordé que se me había olvidado un cuaderno muy importante donde tenía que hacer mi tarea para las clases de la tarde.
Pero la escuela ya estaba cerrada, y yo muy apurona, empecé a llorar, llegó el chofer, y me ayudó a meterme por una ventana al edificio. Ya estando adentro, tenía que dirigirme hasta mi salón que era uno de los que estaba casi al final de un pasillo enorme. El corredor no estaba en penumbras, porque se iluminaba a pedazos, a través de las puertas abiertas de los salones por los cuales se filtraba la luz del mediodía. Y al fondo con el portón abierto se miraba alumbrado por el sol, el gran patio. Tanto salones como patio estaban vacíos, más no en silencio, porque conforme caminaba y pasaba de salón por salón se escuchaban, quejidos, llantos, gritos de dolor. Y ya no pude más, temblando de miedo, me di la media vuelta y me regresé corriendo desenfrendamente hasta la ventana para volver a salir a la calle. Me cuentan que en ese momento mi cara reflejaba el espanto y un color de cera pálida.
Por la tarde recibí el regaño de mi maestra por no llevar mi tarea.

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