martes, 18 de agosto de 2009

La piñatas

Traté de recordar los festejos de mi cumpleaños de niña, pero no me acordé de ninguno. Pero bueno, tal vez en mi memoria ese hecho no fue relevante. Pero lo que si recuerdo, son las piñatas que mis papás, llegaron a hacer para festejarles algunos de los cumpleaños a mis hermanas mayores. Y era todo un acontecimiento en casa, porque con mucho tiempo de anticipación se preparaban para ello. Era necesario contar con todo el material para elaborarla. Y lo más importante era la olla de los frijoles. Esa olla era la clásica de barro, en la que cada tres o cuatro días se ponían a cocer los frijoles para toda la familia. Y cuando esa olla por el constante uso se estrellaba, se cuarteaba o medio se quebraba, se guardaba para tan gloriosa festividad. Y ya cuando se acercaba la fecha, papá y mamá ponían manos a la obra. Preparaban en otra cacerola suficiente engrudo que servía de pegamento para el papel de china. Mamá cortaba el papel de china en tiras largas y en éstas a su vez les hacía los cortes necesarios para formar las pestañitas, que luego con las puntas de las tijeras enchinaba y la pasaba a papá para que las fuera pegando alrededor de la olla. Previamente mis papás con la festejada Elvia o Laura, buscaban en las historietas de caricaturas, el modelo para hacerla. Y papá fabricaba los brazos, piernas y cabeza, con papel periódico, buscando darle la forma más proporcionada de acuerdo al modelo.
Y las que tengo más presentes fue una del Pato Donald con su blusa de marinero con cuello en V, con unas franjitas rojas en los puños, su sombrerito con unas tiritas que le colgaban muy monas, todo chino de la panza para abajo, sus patas naranjas. Y la otra piñata era el Conejo Bugs, con sus largas orejas, una bufanda de rayas al cuello, y en acción de patinar sobre unas zanahorias en vez de patines. Tan bonitas las piñatas que luego ya no queríamos romperlas. Pero pues llegaba el día de la fiesta, y por más tristes que estuviéramos, cumplían con su cometido. Los papás de nuestros invitados mostraban su admiración y hasta cierta envidia, luego toda la bola de chiquillos emocionados se formaban para romperla con cuanto palazo pudieran, para al final caer sobre sus pedazos y buscar los codiciados dulces y premios que se guardaban en su interior.

De allí aprendí la técnica de hacer piñatas, que muchos años después apliqué para elaborar las de mi chiquillo, que no por nada pero competían bastante con las de mis papás. Claro que sin la olla de barro, porque ahora se ponen los frijoles en esas ollas de presión. Y porque ahora le repiten hasta el cansancio del riesgo de las de barro, que al partirse pueden herir o lastimar. Pero a todo se las ingenia uno, busca opciones, hay quienes les ponen tela de gallinero, o alambre, que igual es de peligroso, las mías se hacen inflando un gran globo y sobre ese se aplica el papel periódico con engrudo, como el papel maché, se deja secar y luego se revienta el globo, y ya te quedó tu base para tu piñata. Tal vez me anime algún día a volver a hacer una piñata.

miércoles, 5 de agosto de 2009

La última moda

Recuerdo a mamá sentada en la máquina de coser. Todo el tiempo que podía se sentaba y realmente disfrutaba la costura, y nosotros sus hijos eramos los modelos perfectos para cada una de sus creaciones. Siendo tres hermanas y yo la menor de ellas, teníamos que vestir igual. Así que mamá se encargaba de cortar y coser cada uno de los vestidos para nosotras. En aquel entonces los vestidos eran con faldas muy plisadas, lo que daba mucha amplitud, pero además para que se esponjaran esas faldas, había las dichosas crinolinas, que eran como de tul y muy duras, para que no se apachurraran con el peso de las faldas y cumplieran su cometido de hacernos ver muy amplias "amponas" decía mi madre. Realmente nuestras ropas eran de catálogo, porque mamá buscaba los modelos en revistas de moda que circulaban en esos años, una de ellas se llamaba La Familia, y en sus páginas interiores, traía bastantes modelos para toda la familia. No sé como le hacía ella para que cada domingo, sus tres hijas estrenaran vestidos para ir a la misa dominical de las 8 de la mañana. Papá comentaba entre risas que los lunes cortaba, los martes cosía, los miércoles descosía, los jueves vuelta a coser, los viernes descosía y cosía a mil por hora, para el sábado planchar y dar las últimas puntadas para que estuvieran listos y poder estrenarlos el domingo. Y no solo se trataba de los vestidos, también preparaba los sombreritos y nuestras bolsitas. Así que parecíamos muñequitas, muy coquetas, con nuestros zapatos de domingo, oliendo a limpio y a nuevo.
Como Elvia, la mayor, iba creciendo, pronto dejó de ser niña para convertirse en señorita, ya no quiso vestirse igual que las "niñas" de sus hermanas. La crinolinas famosas dejaban de funcionar si ya el tul no estaba tan tieso, y no dejaba que la falda se esponjara. Me tocó estrenar entonces una crinolina muy moderna el último grito de la moda, tenía su tul pero no muy tupido, porque tenía un aditamento en la orilla que le permitía que no se apachurrara. Era un tubo de plástico "flexible" circular, colocado alrededor casi en la orilla, que se inflaba a través de una boquilla, que al terminar de llenarse se tapaba y quedaba un perfecto aro, y oh!!!! la falda quedaba esponjadita, esponjadita. El problema era cuando uno tenía que sentarse, la falda se elevaba y se te veían hasta los calzones. Ya podrán imaginarse, la escena, yo en misa parada en frente de la banca, y a la hora de sentarse, horror!!!!! toda la falda levantada, yo tratando de bajarla, los chiquillos muertos de risa, burlándose de uno. Yo queriendo que la tierra me tragara.
Todo ese domingo en casa y al día siguiente en la escuela fui la comidilla de Sabinas.